Transcrevo na íntegra, dando os meus parabéns à autora:
El triste espectáculo de la complicidad de algunas esposas
22/05/11
Por Gioconda Belli, ESCRITORA NICARAGÜENSE
Difícil saber si Dominique Strauss-Kahn es culpable o inocente, pero, definitivamente, si yo fuera su mujer, no saldría a defenderlo.
La complicidad de las esposas, ese tan femenino impulso de escudar al marido de las consecuencias de sus actos, no deja de ser un espectáculo casi tan triste como el de estos hombres que abusan de su poder y sus privilegios .
Ya en 2008, Anne Sinclair, la esposa de Dominique Strauss-Khan, optó por no darse por ofendida y barrer bajo la alfombra la revelación de que su esposo había sostenido relaciones con una empleada del FMI, siendo él presidente de la institución. Cuando el domingo pasado la policía detuvo a Strauss-Kahn en la cabina de primera clase de Air France, luego de que la camarera del Hotel Sofitel donde estuvo hospedado, lo acusara de haberla forzado sexualmente, no sólo Anne Sinclair, sino la ex esposa de Strauss-Kahn negaron la posibilidad de que él fuera culpable de semejante desliz .
En 2003, cuando Arnold Schwarzsenegger se postulaba para gobernador de California y la prensa tímidamente reveló que el candidato tenía en su haber varios episodios de acoso sexual, su esposa María lo defendió. “Pueden escuchar cualquier cantidad de cosas negativas y pueden escuchar a gente que nunca ha conocido a Arnold … o pueden escucharme a mí cuando les digo que yo no estaría frente a ustedes si este hombre no mereciera las mejores calificaciones como ser humano”.
Con este espaldarazo de la esposa – una Kennedy ni más, ni menos- Arnold se convirtió en gobernador de California. La semana pasada, apenas cuatro meses después de que se le venciera su período, explotó el escándalo: resulta que el gobernador había tenido un hijo con el ama de llaves que trabajó en su casa por veinte años.
María y ella estuvieron embarazadas al mismo tiempo , conviviendo a diario en la misma casa. Ahora, la Shriver, humillada tras la confesión del marido, lo ha dejado y él ha tenido que explicar públicamente el entuerto.
¿Qué motiva a estas esposas a salir armadas de sonrisas ante los medios a defender a estos hombres poderosos? Hillary Clinton le salvó el pellejo a su marido Bill cuando, siendo candidato, la prensa destapó su relación con Jennifer Flowers. En vez de escarmentar, el hombre volvió a las andadas con Mónica Lewinsky y tuvo que pasar gran parte de su presidencia ocupado en protegerse de las consecuencias de ese desliz.
El caso más dramático en esta liga de mujeres defensoras de los actos indefendibles de los maridos es el de Rosario Murillo, actual primera dama de Nicaragua , quien en 1998, cuando su hija acusó a Daniel Ortega de abusarla sexualmente desde los once años, en vez de apoyar a la hija, tomó el lado del esposo y hasta le pidió al pueblo de Nicaragua en un acto público que la perdonara por la clase de hija que había tenido. Fue una actuación verdaderamente insólita en una madre , pero que le valió a Rosario Murillo una cuota de poder desmesurada en la actual administración de su marido.
Como mujer no puedo más que rechazar la complicidad de estas esposas que facilitan las carreras políticas de sus esposos, a menudo a sabiendas de que, tarde o temprano les tendrán que sacar otra vez las castañas del fuego. Si las mujeres queremos que cambien las reglas del juego, no podemos confundir la solidaridad – esa hermosa y muy femenina cualidad- con el encubrimiento .
Para que los hombres cambien, nosotras también debemos cambiar esa arcaica costumbre de sufrir en silencio y apañar los abusos de los hombres que queremos . No hay poder que valga el respeto que nos debemos a nosotras mismas y a nuestras congéneres.
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